Pablo Ruíz Galindo Covarrubias
16/06/2014 - 12:00 am
¡Empezó el Mundial!
Como cada 4 años empezó el esperado mundial de futbol, ahora en Brasil, que a los mexicanos nos da, con o sin razón, una esperanza más de algo. Me atrevería a decir que es el evento que más mueve a los mexicanos. Es una oportunidad, creo que buena, de sentir que estamos juntos en espera […]
Como cada 4 años empezó el esperado mundial de futbol, ahora en Brasil, que a los mexicanos nos da, con o sin razón, una esperanza más de algo. Me atrevería a decir que es el evento que más mueve a los mexicanos. Es una oportunidad, creo que buena, de sentir que estamos juntos en espera de algo. Por unos momentos, todos buscamos lo mismo, apoyamos a los mismos y celebramos o lamentamos lo mismo.
El camino al mundial fue complicadísimo para el equipo mexicano. Estuvimos a minutos de no clasificar, y eso, en contraste, hubiera resultado en un sentimiento de fracaso generalizado y enojo de todos. Fue un proceso muy criticado, lleno de frustraciones, odio, mentadas y hasta sentimientos de que México se merecía no ir, pero ahora que están ahí, todos (o casi todos) apoyamos. Aprovechemos de los momentos que podemos ser uno mismo con un mismo deseo.
La Ciudad de México, y estoy seguro que muchas otras de la República, se paraliza unas horas antes y durante los partidos de la selección. Tráfico (más de lo normal), banderas, camisas, claxon y gritos. En las casas, bares, restaurantes y hasta en oficinas se preparan para ver el partido de futbol de México, que se vuelve la actividad más importante. Las tiendas de autoservicio tienen su venta del día. Las cervezas y las papas se vuelven la botana principal. Por unas horas las redes sociales se saturan de comentarios y opiniones sobre el partido, los jugadores y cualquier cosa relacionada. Es un fenómeno que sería complicado de explicar a alguien más. No es necesario ser equipo de primeros lugares para tener a los aficionados más fieles. Hasta en Brasil se deben sentir locales.
Durante el partido de México las cosas cambian. Ni siquiera las pizzas llegan en 30 minutos. Sube la tensión, los nervios están al máximo, la emoción es una pieza clave, y al final lo que importa es el resultado. Ya no importa si juegan bien o mal, pero que ganen.
El mundial de futbol provoca que en casi todas las sobremesas y pláticas de pasillo en la oficina y la escuela exista un tema principal. Son días en los que los aficionados y los no tanto tienen una buena excusa para estar con buenos ánimos, con emoción y formando un solo equipo.
Por lo pronto, en el primer juego los nuestros cumplieron, y eso, inevitablemente sube los ánimos de todos. El viernes se escuchaba el esperanzado “¡México Campeón!”. En muchos lados se sentía ese grito que levanta ánimos aunque sepamos lo complicado que es lograrlo. Pero para nosotros la esperanza es lo último que muere. Y al mismo tiempo, esa complicación es lo que hace que el ambiente sea más fácil, porque con lograr el tan esperado quinto partido, ya nos sentiríamos cuasi-campeones. No ser favorito también tiene sus beneficios. Ya fue Camerún y mañana viene Brasil. El anfitrión, el difícil pero no imposible.
Y mientras todos vemos, disfrutamos, nos emocionamos y lamentamos juntos, existen aquellos que se agarran del mundial y de la distracción para aprovechar a tomar decisiones y realizar actos sabiendo que no son el foco de atención. Ni hablar, no todo puede ser positivo. Que México haga un buen papel, que los jugadores logren éxitos, que los mexicanos disfrutemos, y que aquéllos hagan su trabajo con responsabilidad.
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